12.02.2022 

Anti-Imperialismo à la Putin. Cómo el régimen autoritario escenifica una lucha de resistencia contra Occidente

de Ernst Lohoff

Publicado en aleman en la revista Jungle World 07/ 2022, 17.2.2022
(escrito dos semanas antes de la invasión rusa)

“El principal enemigo está en el propio país”, escribió Karl Liebknecht durante la Primera Guerra Mundial, una frase profundamente grabada en la memoria colectiva de la izquierda. El impulso de la izquierda de las metrópolis de rechazar la movilización contra el enemigo exterior no es casual. La sociedad mundial capitalista es un orden completamente imperial en el que el poder y la influencia se distribuyen de forma muy desigual entre las regiones del mundo. En consecuencia, los Estados centrales capitalistas marcan el ritmo para la periferia del mercado mundial y, por regla general, también determinan los patrones hegemónicos de interpretación. La guerra dirigida por EEUU contra el régimen de Saddam Hussein en 2003 siguió este guión básico. Sin embargo, también marcó un punto de inflexión histórico. Aunque EEUU y sus aliados consiguieron acabar con la debilitada dictadura desarrollista iraquí en un abrir y cerrar de ojos, la reorganización política resultó un fiasco. El sentido ideológico de la misión con la que Occidente se adentró en sus “guerras de derechos humanos” en la década de 1990 como autoproclamada policía mundial se ha perdido por completo desde entonces.

No es que Occidente ya no pueda imponer la supremacía de sus intereses económicos a nivel mundial. En este terreno, los Putin, Lukashenko y Erdoğan, sabiamente, no desafían a los Estados Unidos y a los Estados de la UE. Incluso los victoriosos talibanes se convirtieron inmediatamente en suplicantes tras su triunfo del año pasado y pidieron ayuda humanitaria al gobierno alemán; mientras, su actuación en el campo de la política de identidad es aún más marcial. Los autócratas de todas las tendencias construyen la pose de antiimperialistas y niegan a gritos cualquier tutela occidental, al tiempo que intentan hacer negocios con Occidente.

Si el único precio de esta extraña forma de cooperación y confrontación fuera que Occidente pierde prestigio, todo el asunto podría considerarse con seguridad como un teatro irrelevante para la izquierda con orientación para la emancipación. Desgraciadamente, las verdaderas víctimas de la confrontación se encuentran en otra parte. Los gobernantes autoritarios están jugando a dos puntas. Buscan el conflicto con Occidente para asegurarse el control sobre su propia población. Mediante el enfrentamiento con Occidente, los regímenes de los “ladrones y sinvergüenzas”, como Alexei Navalny y otros miembros de la oposición llaman al partido gobernante ruso Rusia Unida, quieren recuperar la legitimidad en Rusia y en otros lugares que han perdido hace tiempo en una sociedad desgastada por la corrupción y la miseria social.

Quieren establecer las relaciones en los siguientes términos: La UE y EEUU deberían renunciar a todo discurso sobre derechos humanos y democracia y dejar que los regímenes autoritarios mantengan su poder y su libre disposición sobre su propia población. Entonces la conciliación pacífica de intereses ya no sería un problema.

En el caso de la antigua gran potencia Rusia, la cuestión se complica por el hecho de que al régimen de Putin no le basta con mantener a su propio país sofocado. Para inculcar a la población rusa que la resistencia es inútil, el régimen de Putin está aplicando una especie de estrategia de democracia cero en el territorio de la antigua Unión Soviética. Por miedo al contagio, la Rusia de Putin se ha convertido en un refugio de contrarrevolución preventiva. Ya sea Kirguistán, Bielorrusia o, más recientemente, Kazajistán, en cuanto una cleptocracia de la antigua zona soviética comienza a tambalear, la salvación está a mano en forma de apoyo político o incluso fuerza militar rusa. Los Estados bálticos son difíciles de recuperar y Ucrania también ha escapado de las garras de Rusia con la “Revolución Naranja”. Esto hace que sea más importante al menos desestabilizarla. Sin los acontecimientos de la plaza Maidan en 2014, cuando el presidente Yanukóvich, apadrinado por Putin, fue derrocado por un movimiento de masas, la anexión de Crimea no se habría producido y hoy no habría ningún despliegue de tropas rusas.

Ante el conflicto de Ucrania, parte de la prensa burguesa habla de un imperialismo neo-soviético. Este rótulo confunde más de lo que explica, pues no pone en evidencia la paradoja que caracteriza la relación de Rusia con sus vecinos. La marcada agresividad de la política de los gobernantes rusos se deriva de la debilidad del régimen y es una expresión de la disrupción de la sociedad rusa. Además, el uso del término imperialismo sugiere que los líderes rusos están preocupados por conseguir el control directo de otros países y sus recursos para reforzar su propio potencial económico. En realidad, apuntalar el régimen bielorruso golpeado por las sanciones occidentales y anexar Crimea son tratos de subvención sin perspectiva de retribución. Si los dirigentes rusos intentaran realmente anexar Ucrania, esto sería ruinoso para la potencia ocupante, incluso sin sanciones occidentales.

También a parte de la izquierda le gusta hablar de imperialismo. Sin embargo, en la mayoría de los casos no se refieren a Rusia, sino a Occidente. Se supone que la expansión hacia el este de la UE y la OTAN es el resultado de un plan de apropiación de tierras. Esta interpretación proyecta las reglas según las cuales funcionaba la política mundial a finales del siglo XIX para principios del siglo XXI. Por supuesto que hay círculos en los Estados de la OTAN y en la UE que abogaron por la expansión hacia el Este; por supuesto que hay capitalistas individuales que lucraron con eso. Pero las fuerzas motrices no se encuentran en absoluto en los países metropolitanos occidentales, sino en los estados periféricos. Tras el colapso del socialismo real, ser un socio menor de los EEUU y los Estados centrales de la UE era y es visto por muchos en los países bálticos y en Ucrania, como la única perspectiva. Por eso han tratado de entrar a toda fuerza en aquellas organizaciones. En los Estados centrales occidentales, no hubo en absoluto un entusiasmo unánime al respecto. Especialmente en la UE, los antiguos miembros tendían a considerar a los nuevos como una carga potencial. El sentido de la misión democrática es compensado por el temor de que los nuevos miembros supongan una carga demasiado grande para las arcas del club y pongan en peligro la capacidad de funcionamiento de la UE.

En lo que respecta a la OTAN, ésta había perdido su razón de ser con el fin de la confrontación de bloques. Por lo tanto, debería haberse disuelto a principios de los años 90 o haber ofrecido a Rusia la adhesión. Mientras siguiera existiendo como una auténtica alianza militar occidental, era lógico que los países que buscaban vínculos con Occidente presionaran para entrar en la OTAN. Si se quiere hablar de imperialismo en este contexto, hay que destacar también su forma paradójica. Éste surgió menos del impulso de los antiguos miembros por la conquista y la expansión que del deseo de los “nuevos” de unirse al club de los elegidos. Incluso EEUU ha enterrado ya su sueño de un mundo unipolar. Quieren concentrarse en su principal adversario y éste no está en Moscú sino en Pekín.

La propaganda rusa declara que la orientación hacia el oeste de los antiguos Estados del socialismo real es el resultado de una “política de cerco” sistemática. De este modo, puede apelar a la identidad nacional y distraer la atención de lo mucho que un capitalismo mafioso de la gran Rusia a lo Putin asusta a amplios sectores de la población en los Estados sucesores de la Unión Soviética. Sin embargo, la agresividad del gobierno ruso desmiente esta acusación. Sólo porque el régimen de Putin sabe exactamente lo limitado que es el interés de Occidente en su periferia oriental es que busca la confrontación. ¿Funcionará el cálculo? En cualquier caso, difícilmente fracasará debido a la política alemana. En Alemania, existe una amplia alianza informal de partidos se inclinan hacia Putin.

Una izquierda radical que se una a esta gran coalición para oponerse a la guerra de los derechos humanos de Occidente es superflua. Las fuerzas emancipadoras se enfrentan a un reto completamente diferente. El universalismo de los valores occidentales, que siempre se ha negado a sí mismo, ha sido desechado. Tanto si Occidente quiere llegar a un acuerdo con Putin como si juega a su juego de confrontación, ambos campos están unidos en la orientación a la realpolitik. Pero el abandono del sentido de una misión liberal-democrática no hace del mundo un lugar mejor, sino uno aún más aterrador. Tras el colapso del socialismo real, el cuento de hadas liberal era que la democracia y la economía de mercado abrirían el camino a la libertad y la prosperidad para los miembros de la sociedad mundial. Esta ilusión se ha deshecho miserablemente. Pero esto no significa que la reivindicación por autodeterminación y participación de todos en la riqueza de la sociedad tenga que terminar en el basurero de la historia.

Traducción: Javier Blank